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Mi hermano Raúl, como muchos de su generación, abandonó los estudios universitarios que inicio en la UNI y luego en San Marcos para dedicarse a la militancia política. La universidad era vista, tanto pública o privada, como espacios de reproducción del sistema y de perpetuación de intelectuales que se quedaban en ella para no verse comprometidos con la realidad acuciante fuera de sus muros. Equivocada o no, esa fue la opción de muchos jóvenes de clase media urbana en la izquierda peruana de los 60. Sin embargo, eso no significó falta de conocimiento o lecturas, sino en muchas veces todo lo contrario, porque si de algo pecaron más de un dirigente fue de libresco. Mi hermano supo sin embargo salir adelante sin título académico que lo respalde, y desarrollar investigaciones acuciosas y rigurosas, aun cuando no llevara cursos de metodología de la investigación. Recordemos que, en la tradición de la izquierda peruana, tal vez su figura más importante fue y sigue siendo un autodidacta, que no estudió en una universidad, pero si impulsó las universidades populares, José Carlos Mariátegui. Luego en mi época si ya vimos la necesidad de culminar los estudios universitarios, aunque a regañadientes, pero sin considerar que el mundo, y el conocimiento, se acababa en ella. La universidad siempre me pareció un espacio para el debate, aun en los momentos más crudos de la guerra interna en los 80 e inicios de los 90. Con Fujimori llegaron los militares a las universidades públicas, se dio el decreto que permitió la implosión de universidades con fines de lucro (y sin mayor control) y se impuso la idea de fábricas de títulos para incorporarse al trabajo -aunque no lo hubiera- sin nada de debate, ni mucho menos investigación. En mi ya larga experiencia como docente universitario recuerdo centros de estudios superiores donde nos pedían no dar lecturas a los alumnos o no ser tan exigentes con los exámenes, para no ahuyentar a los clientes, perdón, estudiantes. Como si se hubieran invertido los valores del siglo pasado, ahora lo que importa son los títulos, sin preocupar de que forma se accede a ellos, porque el mercado laboral lo imponía como prueba de una meritocracia solo de papeles. La reforma universitaria impulsada en el gobierno de Humala busco corregir eso, con limitaciones y aspectos cuestionables, como pretender reducir todo el sistema educativo a la elaboración de tesis sin mayor relevancia, control ni divulgación. Sin embargo, algo que es incuestionable es que el control de las universidades no puede, bajo el pretexto de la autonomía, quedar en manos de los mismos que las manejan, como fuera en los tiempos de la ANR. Quienes la impulsan no les interesa la mejora de la calidad universitaria, o siquiera el debate del tipo de educación superior, y sus estándares, que se promueve en el Perú, sino simplemente el favorecimiento de los intereses de los que no fueron ratificados, por razones bastante atendibles, en estos años por el SUNEDU, y el manejo clientelista de cargos y prebendas en las instituciones. Tal vez mi hermano tenia razón, el conocimiento y la revolución no pasa por la universidad, la burocracia y los intereses menudos, sí.
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