Viernes Literarios

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CÉSAR VALLEJO

jueves, 1 de diciembre de 2016

PREMIO A LA CREATIVIDAD: RICARDO DOLORIER


RICARDO DOLORIER

Por: Danilo Sánchez Lihón
1. cada niño
una estrella
Ricardo Dolorier pasó varios meses acongojado, ensombrecido, triste, mascullando frases por las calles; meditando en los sucesos ocurridos el 22 de junio del año 1969 en Huanta su pueblo natal donde quedaron más de 40 cuerpos tendidos, unos muertos y otros heridos en defensa de la gratuidad de la enseñanza.
Los versos que había compuesto poco a poco fueron adquiriendo compás, ritmo, música. Las frases con la tonada las volvía a repetir una y otra vez, porque se olvidaba de la melodía que le había puesto. ¡Cómo no tener una grabadora! Y es que nunca antes había compuesto una canción. Ahora la tarareaba a solas por donde fuera.
Poco a poco en noches de tristeza la encontraba más nítida. Y la fue imprimiendo en su memoria. Aprendió a no perderla. La recordaba ahora casi completa. Había pasado meses pesarosos, pero ahora solo faltaba la última tonada. Eso es. Ahora, sí. Ahí está. ¡Ahora sí! ¿A quién confiarla? Son las cuatro de la mañana. Caminaré una hora y llego a Chosica. Y de allí a La Cantuta. Y la canto a Oswaldo Reynoso. ¡Él me va a entender!
– Ojalá me alcance para el camino esta botella de pisco. –Dijo y la levantó hacia su boca. ¿Cómo era la última estrofa? ¡Ah, sí!
Los ojos del pueblo tienen
hermosos sueños
sueña el trigo en la era
el viento en las praderas
y en cada niño una estrella.
“Hermosos sueños”, allí cabría levantar el tono. En “trigo en las eras”, ponerle otro compás. En “estrella” un ligero ritmo de zapateo.
2. ¿Qué
 te ocurre?
Pum, pum, pum.
– ¿Quién es?
– Oswaldo, soy yo, Ricardo.
– ¿Quién yo? ¡Quién Ricardo! ¿Quién toca a estas horas?
– Soy yo, Ricardo Dolorier, tu hermano.
– ¡Ricardo! ¿Qué ocurre? ¡Espera!
Y abre la puerta.
– ¿Tú Ricardo, a estas horas? Y ¿bebiendo?
– Oswaldo, quiero hacerte oír una canción. La he venido tarareando meses. La he aprendido solo para ti. Porque me olvidaba. Y otra vez tenía que recuperarla entre las aguas, u olas, u océanos. O bien naufragios del destino.
– Ricardo, ¿estás bien, hermano? ¿Qué te ocurre? ¿Has aprendido una canción? ¿De quién?
– Mía. Es mía, por su puesto. ¿Cómo te iba a despertar por una canción ajena? Sería un abusivo, ¿no?
– Tú, ¿has compuesto una canción? Ricardo, tiéndete aquí en el sillón y duerme. Y me dejas dormir un rato más. Te traigo unas frazadas.
3. Pólvora
y dinamita
– La canción dice así, y ahora te la canto:
Vengan todos a ver
hay vamos a ver,
en la plazuela de Huanta,
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.
Donde la sangre del pueblo
hay se derrama.
Allí mismito florece
amarillito flor de retama
amarillito amarillando
flor de retama.
Por cinco esquinas
están, los sinchis
entrando están.
van a matar estudiantes,
huantinos de corazón
amarillito, amarillando
flor de retama,
van a matar campesinos,
huantinos de corazón
amarillito amarillando
flor de retama.
La sangre del pueblo
tiene rico perfume,
huele a jazmines violetas
geranios y margaritas
a pólvora y dinamita,
¡carajo!
a pólvora y dinamita!
¡carajo
4. ¿Está
bien?
– Oye, Ricardo, ¡qué hermosa canción, carajo! Ahora sí, te acepto un trago ¡y con gusto! ¡No un trago, mil tragos, hermano! Este ya se acabó. ¡Voy a sacar un pisco de los buenos que tengo por ahí!
– Es que a mí me duele el sufrimiento de siglos de nuestro pueblo. ¡Y cómo se lo sigue castigando a nuestra gente! Y me jode, Oswaldo, toda tiranía. Si no la hacía te juro que me hubiera matado.
– Tu canción, Ricardo, ¡es del carajo! Y esta noche la cantas para todos los cantuteños. Vamos a citarlos aquí en esta casa. Porque te digo nuevamente que nada, ni las novelas que aquí se han escrito, ni los poemas que aquí se han plasmado, ¡que son muy buenos, ah!, ni la vida tan hermosa que aquí se ha tejido, ¡que es mucha y valiosa!, vale tanto, ni es tan hermosa, como tu canción, hermano.
– Oswaldo, tampoco exageres. No es para tanto. Lo que pasa es que eres generoso. Y mi hermano del alma. ¡Salud!
– No, no, no. Y verás lo que haré esta noche. Para que te quede grabado que sé ver al final de los tiempos. Y para que quede en la memoria. Espérame, voy a encargar a una persona que cite a todos los amigos para esta noche a las siete, aquí en mi casa.
5. Me siento
henchido
Esa noche, Oswaldo Reinoso, que no había parado de beber, después de volver a escuchar la canción, empezó diciendo:
– Hoy día nace un himno del Perú de todos los tiempos. Y en honor a eso, yo me arrodillo.
Y se arrodilló, prosiguiendo:
– Algún día se sabrá por qué hago este gesto. Y se lo voy a decir a ustedes: Con esta canción el Perú ha de soñar siempre en sublevarse. Y de ahí a que lo hagamos estaremos a un paso. Y podremos realizar así lo que tanto anhelamos, el cambio definitivo. Y con este gesto que hago se registrará que fui justo, verdadero y cierto. ¡Viva el Perú!
– ¡Viva! –Contestaron disparejos unos y otros.
Allí habló Villavicencio:
– Sinceramente estoy conmovido.
– Pero, explícanos, dinos, ¿por qué?
– Porque digo que, si el novelista vivo más grande del Perú, que es Oswaldo Reynoso, les guste o no les guste esto que digo a la oligarquía, hace esto, ¡por algo ha de ser, digo yo! que sinceramente no entiendo ni alcanzo a ver lo que ve Oswaldo. Por algo –me digo–, será. Y eso a mí me llena de emoción y coraje. Él está arriesgando toda su celebridad con lo que ha hecho. Pero, a la vez, me siento henchido de lo que aquí he presenciado, se augura y se anuncia como un hecho afortunado para nuestro pueblo, el nacimiento de una canción. ¡Salud!
6. La canción
se evoca
Ricardo Dolorier un mes después viajó a Huanta y enseñó a cantar la canción en el bar “Donde mueren los valientes”, atendido por un hombre que no podía levantarse de la cama, debajo de la cual se enfilaban las botellas de cerveza, a pedir las cuales cada uno había de levantarse, pagar y traerlas a las mesas.
Cantarla en Huanta era un acto subversivo, peligroso, por el cual se arriesgaba la vida. Y muchos, porque simplemente la cantaron, o porque estuvieron allí para escucharla, han muerto.
Por eso, para entonarla, en cualquier reunión incluso muy confidente se apagaban las luces, para que no se viera quién la cantaba. O quién ya la sabía. O quién la estaba aprendiendo.
Y en todo sitio se adoptó esa costumbre. Que para cantar Flor de retama habían de apagarse las luces, quizá también porque era suficiente con la luz que de ella emana, que irradia la flor de retama que en la canción se evoca, esa joya de frase y asociación de palabras que dicen:
amarillito, amarilleando
flor de retama
¿Qué más luz se necesita? ¡Qué conjunción y capullo de luz más arduo!, que hacen estas cinco palabras reunidas.
¡Basta con ellas para que se encienda la luz más fulgurante e irradien los rayos del sol!
7. ¿Cuál
bandera
La canción pronto se hizo himno de los levantados en armas. Eso hizo que fuera aún más peligroso cantarla.
Es más, la retama como planta empezó a vérsela como una bandera y un signo de subversión. Tanto así que el Municipio ordenó desenraizarlas todas de los jardines de la plaza de armas de Huanta. Y todos tuvieron que hacer lo mismo en los jardines y huertos de las casas: se extirparon las retamas, hasta de los contornos, pues comprometía a los vecinos que vivían próximos.
Era una bandera luminosa y subversiva. Cada dueño pensaba si aún las tenía iban a venir a llevárselos y desaparecerlos en los calabozos. Para después no saber dónde encontrarlos. Diciéndoles al capturarlos:
– ¿Por qué hizo crecer o plantó esa bandera?
– ¿Cuál?
– La retama. ¡Venga! ¡Acompáñeme!
Y así todos la eliminaban a la mañana siguiente. Solo en las afueras y en las alturas, en los parajes libres, aunque desolados brotaba ufana e inmarcesible flameando al viento.
Era peor que colgar una bandera roja. El amarillo era más intenso que la luz del sol.
Colofón
Así, cantar en Huanta o Ayacucho, durante las dos últimas décadas del siglo pasado en la historia del Perú, la canción La flor de retama de Ricardo Dolorier, era sentencia de muerte.
El año 1970 la grabó en Lima, suprimiendo su última estrofa, el trío Huanta, con el apoyo de uno de los mejores guitarristas de la región de Ayacucho, Amílcar Gamarra.
En el año 1971 grabó la canción con algunos cambios Martina Portocarrero, modificando el orden de las estrofas.
Cincuenta artistas del Perú y el mundo la cantan y la han grabado con distintos registros, estilos y voces.
Ha sido interpretada por la Orquesta Filarmónica de Suecia.
Ahora el pueblo la canta, la grita, la modula, la susurra, la proclama y aplaude.
Por eso, tuvo razón Oswaldo Reynoso hace cuarenta años atrás, al arrodillarse al escucharla. El pueblo siente que a través de ella se rebela, se subleva, conecta con la esperanza y redime sus sufrimientos. Y jura y asume su país, su realidad, y el ser andinos con coraje.
Lo que está pendiente es saber si cantada libremente en las calles y en las plazas ya estamos a un paso de nuestra total y definitiva liberación.

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