Viernes Literarios

Viernes Literarios
CÉSAR VALLEJO

lunes, 19 de junio de 2017

PROGRAMA 1148 DE VIERNES LITERARIOS.- PRESENTACIÓN DEL LIBRO "MEMORIAS DE UN DESAPARECIDO" DEL POETA NACIONAL JUAN CRISTÓBAL REALIZADO EL 16 DE JUNIO DE 2017.

(CRÓNICA)  

 Por Percy Vílchez

Todo intelectual * en algún punto de su vida ha querido ser un hombre de izquierda, con todo lo que eso representa. Es decir, ser parte de la gran tradición de valientes que durante dos siglos concilió el ejercicio extremo del pensamiento o el ejercicio de la palabra con una entrega absoluta a las causas populares sin riesgos ni temor a ser llevados hasta el martirio o el exterminio como Troksky, Maiakowsky o Heraud.**
Este espléndido conjunto no existe más en nuestro país desde al menos dos generaciones y siendo que la generación más prodiga en poetas, revolucionarios y militantes fue la del sesenta, muchos de cuyos miembros gozan o gozaron de alta fama y amplios reconocimientos, no deja de sorprenderme el hecho de que uno de sus más grandes integrantes, poeta y revolucionario, pase desapercibido por las orillas de la crítica oficial que no teme rendir vacuos elogios a numerosos autores tan intrascendentes como una página de Cosas o Vanidades o cualquier otra revista de esas que no puede obviar una buena peluquería de barrio, los que sólo sirven para dar risa o lástima, según sea el caso y a veces, para mayor escarnio de la dignidad de la literatura, se dan las dos cosas al mismo tiempo.
EDUARDO ARROYO, JUAN CRISTÒBAL, ÓSCAR LIMACHE

Quizá de este desconocimiento público provenga el título de la reciente antología que ha publicado el buen Juan Cristóbal, caro poeta, modelo de intelectual comprometido y mejor persona, noble hasta el enternecimiento, taimado como un faite de otro tiempo, pícaro auténtico como un pirata o un forajido y valiente hasta el despropósito de pelearse con la mitad del mundo, cosa que más o menos ha hecho en el país desde hace décadas. Sin duda, todas las características enumeradas lo encumbran ante los ojos de todos los que lo quieren bien como una leyenda o un hito de la izquierda y el arte, pero lo oponen, radical y drásticamente, al modo más recurrente que se utiliza para ejercer el poder —político, económico, literario, cultural, etc.—  o para figurar en las primeras planas de lo que sea en este país.
Por ejemplo y para mayores casualidades, en la Casa de la Literatura Peruana, ex Estación de los Desamparados, título de un gran libro del autor que comentamos, se realiza una muestra en homenaje a Luis Hernández, poeta sutil y diáfano en sus mejores momentos que son bien pocos mas generalmente vacuo y adolescentón. Juan Cristóbal, poeta muy superior a Hernández tanto por la vida expuesta en sus papeles como por el uso del lenguaje y las visiones que nos ha proporcionado a sus lectores durante décadas, pasmosa y tranquilamente, alejado de la oficialidad y de los homenajes que abundan de gratis en todas partes, recibió ayer, 16 de junio de 2017, a sus huestes de compañeros o camaradas en un evento organizado por el esforzado Juan Benavente  y sus Viernes Literarios que ha dejado la característica casona de la Asociación Guadalupana en la Av. Alfonso Ugarte para acceder a un muy bonito recinto ubicado al costado de la CASLIT, el Museo de Sitio Bodega y Cuadra. Los presentadores fueron Óscar Limache y Eduardo Arroyo.
Cuando llegué, apenas 15 minutos luego de la hora prevista, y pese a lo expuesto, el auditorio estaba lleno, poblado de los compañeros de toda la vida del poeta, mucha gente de la vieja guardia izquierdista, algunos jóvenes lectores y amigos, sobre todo, muchos amigos.
La atmósfera era plácida y serena, pero conforme fue avanzando la noche los ánimos se encendieron para bien de todos los espectadores debido a los elogios plenamente justificados de los presentadores y a la honesta camaradería que envolvía a todos los presentes.
En cierto momento muy emotivo, el poeta Óscar Limache lo llamo “Maestro” y dijo que todos los otros poetas que no eran tan grandes como JC debían reconocerlo- o algo así – y exigió que se le dé el reconocimiento que merece su alta y vasta propuesta, un aluvión no exento de belleza y finura que recorre más de veinte libros, aseveración con la que no podía estar más que en un absoluto acuerdo pese a las múltiples divergencias que tengo con el querido poeta que inspira todas estas líneas.
Luego cantó Margot Palomino, quien lo llamó Juanito con gran ternura, esa ternura que sólo inspiran los grandes poetas o los niños buenos, y le dedicó tres preciosas y emocionantes interpretaciones como las que ella suele prodigar. La primera, un yaraví basado en un poema de Hildebrando Pérez, A Silvia, sin duda una referencia de otro poeta tan insurgente y romántico como revolucionario fue el desdichado Mariano Melgar. Luego, la famosa cantante entonó un sentido huayno embebido del típico lamento ayacuchano, A Un Viejo Eucalipto. Finalizó con el sublevante tema de Ricardo Dolorier, Flor de Retama y luego de exclamar con largueza broncos carajos en contra de todas las formas de la opresión, vi en no pocos rostros la manifiesta intención de salir a incendiar todas las praderas de la noche.
MARGOT Y JESÚS PALOMINO AMENIZANDO LA NOCHE

Pocas veces en un evento de esta naturaleza he sentido tanta legitima complacencia y seriedad, es decir, un total apartamiento de la farsa y engaño que son la mayoría de recitales y presentaciones en el país. Quizás, esta sea lo más honesta conclusión acerca de nuestra literatura, tal vez cada recital y presentación refleja forzosamente lo que en ellos se expone, así la presentación de un farsante y las mentiras de sus presentadores deben reflejarlo así para espanto de todo aquel que no tiene aguzada la mirada sino agusanada de haber pasado de largo ante tanta desolación. En cambio, la presentación y/o el recital de un artista de verdad y de una persona noble, sobre todo, sólo puede representar un honesto júbilo y la sensación de que merecemos ser mejores personas de lo que en realidad somos.
En este punto, Juan Cristóbal empezó su recital y se dirigió a la audiencia muy bien plantado y haciendo un efectivo uso de su apacible voz, pero, a la vez, parecía dirigirse al auditorio desde otro tiempo u otro espacio. Su larga vida, su variada sensibilidad, sus múltiples máscaras, su poblada barba de hidalgo español recluso en sus cuarteles de invierno, luego de la Conquista, su barba de viejo comandante o de pirata, de místico fanático que procura una epifanía absorta en el techo de alguna catacumba griega, su barba de profeta que observa las estrellas tendido en la yerba al borde de los precipicios más hondos del alma, auspiciaban este raro fenómeno, este desdoblamiento. Quizás hubo algunas presencias impalpables y solicitas con el viejo aeda en esta antigua zona de Lima durante su lectura, no sólo los almagristas y pizarristas que ambicionaron el Palacio hasta sus decesos y los tantos otros pobladores de esta cinco veces centenaria parte de la ciudad sino los amigos caros a su corazón como Francisco Izquierdo, Chacho Martínez, Alfredo Portal, Alejandro Romualdo, Paco Bendezú, Alberto y Paul Escobar, Oswaldo Reynoso y tantos otros.
Juan Cristóbal leyó varios poemas memorables, recibió los merecidos aplausos que le correspondían, atendió con humildad a todos los entusiastas que le ofrecieron sus libros a fin de que les dedique algunas palabras y, luego, tras algunas fotografías, nos despedimos con gran afecto como siempre y como siempre que me despido de él tuve la sensación de merecer ser mejor persona de lo que en realidad soy.



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