Viernes Literarios

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CÉSAR VALLEJO

viernes, 30 de abril de 2021

ULISES VALENCIA, POETA PERUANO, EN LA LUPA DE JOSÉ PABLO QUEVEDO (desde Alemania)

 LA TOTALIDAD Y LAS PARCELAS EN LA POESÍA PERUANA (II)

 

Por José Pablo Quevedo*

 

ULISES  VALENCIA, ENTRE EL LÍMITE DE LA EXISTENCIA Y 

LA REALIDAD MARGINAL



Has visto como se agazapa la fiera

Cuando no desea dejarse ver

Y huye con su miedo animal

Porque advierte el daño que le espera.

 

La celda y la calle, marcan los espacios de los intramuros y los extramuros del Yo-subjetivo. Ellos son los espacios lacerados que nos abren las reflexiones del poeta. Ellos son los espacios donde se confronta la marginalidad y el mundo donde viene el  deterioro. En el umbral de ambos se posesionan los espacios de esos dos mundos diferentes, antagónicos y ambigüos.

Ante este umbral nace la reflexión de lo que el hombre es como ser social, y cómo va dejando de serlo cuando lo van enajenando, cuando lo van deshumanizando, y proclive a cualquier schock, ese individuo lleno de facultades y virtudes se  va convirtiéndose en otro individuo. El poeta se pregunta: A veces no sé quién soy./ Y tengo miedo de cruzar el umbral / salir hacia la calle/ Tropezarme con el mar humano/ Y formar parte del barullo/ Del bullicio de las multitudes... Pero Quién soy yo?/ Y qué es lo que sé/ Para responderles nada?       

 El cuarto que le sirve como una prisión, le sirve al poeta también para desarrollar las ideas entre lo interior y lo exterior de la vida. El ritmo social enajenante, corrosivo y violento va penetrando en la celda, y es un ritmo artificial que va alterando la conciencia de los seres, que los va convirtiendo en otros.  El poeta, ante este estupor, no está paralizado, solamente está impactado de ver la realidad de esos dos espacios, de ver su contrariedad, de saber sus límites, sus contrastes físicos y psíquicos. El poeta reflexiona para salir de esa celda, para cruzar el umbral. Y Ulises Valencia, Yo y Todo de los marginados, expande su Yo-subjetivo, y lo reparte hacia esos dos espacios urdidos en conflictos, los cruza mentalmente para identificarlos mejor, para definirlos.

 La marginalidad nos ha dado otro espejo para vernos, y nos hace perder el rostro con que llegamos al mundo. En esos dos espacios, en un tiempo de violencia, hay dudas, cavilaciones, miedos, desconfianzas. El mundo, tras ese umbral, sobrecoge y aterra en sus visiones al poeta. Ha de pasar, porque el día, Felizmente viene a rescatarnos. El poeta no pierde la fe, ni la esperanza y hay una lucha en su interior que es como una llama que le hace pasar ese  umbral.

Quién viene a mí/ Quién me llama/ Cuando a nadie espero/ Para decirles nada/ ... Escucho mil voces/ Que se pierden/ En lejanos cielos/ Preguntando siempre... También Ulises Valencia escribe: Oigo voces que me hablan/ como burlándose/ A veces la ciudad se burla./ Esa es su facultad/ Su decir sin más/ Su menosprecio.  

En  la marginalización, especie de enclaustramiento, gravita la reflexión de lo que verdaderamente somos, lo que hemos sido y lo que nos vamos haciendo continuamente día a día en el ritmo de una violencia definida. También del cómo vamos perdiendo nuestras cualidades y nos vamos convirtiendo en otros seres, a punto de no pertenecernos a nosotros mismos. Entre esas paredes ve el poeta  como el hombre va  perdiendo aquella biografía que le fue dada, que fue aprendida y ganada como ser social, ahora, poco reconoce o conoce de los otros seres que le rodean, desde que se ha ido  formando en otro ser,  invadido por ese mundo corrosivo. Entre paredes, el poeta reconoce aún las voces, pero no identifica a los individuos, solamente conoce que hay voces amigas y otras que le hablan con menosprecio. De aflicción/ En las esquinas, en las calles/ Y en ésta tu sola habitación.

También los espacios de ese umbral,  nos alejan o nos acortan de nuestros objetivos.  Frente a ellos nuestras frágiles defensas/ No acostumbradas a golpe de batalla.

Al poeta se le rebela la duda, la desdicha, la inacción frente a lo que nos invade, pues esos espacios vuelven inactivos al ser, y allí no hay defensa, ni resistencia. Por eso el poeta concluye: (La inacción hace perder la distancia/ Y el camino).

En versos, más adelante, frente a la desolación que vive el ser frente a esa forma de existencia, lo percibe el poeta, cómo el vacío llena el alma en contenido: Mi espíritu está enfermo, mi alma sufre/ En silencio en esta noche inmensa lloro...Y así te esfuerces/ Sólo el vacío de tu alma/ Veas exhibir en la gran plaza. El hombre en ese tiempo duro ha caído en plana desolación, su forma de existencia es como una lágrima amarga que siempre está oculta. Nadie en tu soledad/ Nadie en tu llanto amargo... Acaso alguna vez/ Visitó mi casa la alegría? Pareciera que también Ulises Valencia llegara a las conclusiones de César Vallejo ante esa indiferencia, y escasez de valores humanos frente a lo que acontece: Hay golpes en la vida, tan fuertes, yo no sé... Y el hombre... pobre.... pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada: vuelve los ojos locos... Extremos que surgen de esa marginalización polarizada.

El vacío, la soledad y la nada, también emergen como una triada en el ser que sufre las desdichas. Cuando todo es caos/ Y nada se hizo/ Para que haya un día diferente... De vacío y soledad/ Te hacen notar horas perdidas.

El vacío, la soledad, la nada, son los elementos sustanciales en la  poesía de Ulises Valencia. Las horas, y el tiempo transcurren dentro de esos elementos, tanto en lo físico como en lo psíquico, en donde el hombre va  mutando a una nueva piel, signada por el acontecimiento, acogida por el miedo que el hombre tiene ya en sí mismo.

En esas horas transcurre ese vacío, el hombre se llena de ese vacío, forja las imágenes de un nuevo mecanismo como de un reloj silencioso, como también lo percibe y expresa el poeta peruano Julio Aponte, el reloj en sus silenciosas manos. Allí en esa soledad, distinto al vacío y contrario a el, el hombre se llena de reflexiones diferentes, se llena de dudas que también hacen notar las horas perdidas por esos nuevos cambios que encierra su vida.

El vacío y la nada son actos subjetivos y psíquicos de ver las cosas en el mundo, tal vez surja esa idea al observar las cosas en el proceso de transformación de la vida hacia otro ritmo diferente, a un nuevo mecanismo que se da, al ir mutando a otra piel. Antes hubo algo ya formado, estructurado de otra manera, los seres tuvieron otra cotidianeidad, otro trato, otra correspondencia, los días y las horas fueron diferentes. El proceso de lo nuevo hace diferente lo viejo, teniendo aún algunas cualidades de lo anterior. Pero, en un momento de rigor y de choque, los hombres, notan esos cambios repentinos muy fuertemente, y se dan procesos psíquicos nuevos en la conducta de los hombres.

El vacío es la falta de lo anterior que condicionó al ser, es lo que ha sido y lo va despojando del hombre. Ahora queda un hueco, llamado nada, que  solamente llena el alma. La soledad es lo nuevo en el hombre de la celda, pero es necesaria para la meditación del yo subjetivo, y tan necesaria para llenar las horas y los días de imágenes, de recuerdos y de desvaríos, de algo que aconteció, y para hacerse a un camino de esperanza, de optimismo: Para ver aunque sea de reojo/ Pequeñas cosas del que se nutre la vida... O también: Espero una mañana hermosa/ Como no hubo jamás.

También la nada existe, en cuanto a lo perdido, a lo que nos ha sido arrebatado, y también como sinónimo de vacío. La nada surge con el tiempo subjetivo, surge de la comparación de lo que fue y lo que ya no es, frente a lo que hubiera sido. La nada resulta como una disposición de pensar sobre la medida de una pérdida anterior, que no suma, sino resta.  A veces simplemente/ Hay un vacío en rededor... Y la sola vuelta / Por pedregales sempiternos/ De vacío y soledad. 

Donde se dan estos elementos hay siempre la duda, y ella se  encierra en la reflexión. No hay día diferente cuando no se hizo algo. El caos no vino de Dios, lo hicieron los hombres, y nada se hizo, nada en bien de los otros, nada que hiciera cambiar el curso de la vida a un mejor estado, sino al contrario, esto fue en medida una terapia, un schock donde se generó solamente el miedo, y aún más, ahondó la marginalidad de los hombres. Por lo tanto, esos seres afligidos, colapsados, no son la obra de Dios.

Emerge también de la mente del hombre de la celda, los sueños y las imágenes diversas de su mundo subjetivo y pensante, en su orfandad, en su miedo, como en su locura. Ellas se acentúan más, cuando se asignan procesos de mutación en los hombres en los momentos en que gobiernan el terror y la violencia. La vida en la marginalidad es zozobra de mares cambiantes, ríos embravecidos: Una borrasca/ De oraciones que no cesan.  Un penar constante/ De calles malolientes/ Entre paredes que transpiran/ Su orín de siglos. A veces nada existe. Solo tus ojos abiertos/ Y este sueño de locura e inacción.

La vida en ese intramuros también puede ser circular en ideas y imágenes. La vida es un ir  y venir, un devenir que se encierra en un espacio circular, con sus imágenes que saltan de nuestros recuerdos, y que pasan  con sus interrogantes, y otras que pasan solamente. El final o el inicio de la imagen no importa. El final puede ser el inicio de nuestros sueños y viceversa. La vida en esa celda, puede llevarnos a una inacción. La inacción física o psíquica del hombre puede ser la consecuencia del choque sufrido que lo condena a la imposibilidad de un actividad. Un darse vuelta a una esquina. Tener una novia, tal vez varias/ (Así se estila en estos días)/ Pero siempre al gusto propio. El poeta, en medida justa, busca sus propios desenlaces.

En su monólogo existencial, Ulises Valencia, ahonda sobre el problema de la justicia y la injusticia en nuestro dolido Perú, donde la deshonestidad y la corrupción es como un privilegio de las clases gobernantes, aquello que también es una lacra general en muchos pueblos latinoamericanos y otros pueblos del planeta. Cómo creer en la justicia/ Con tanta injusticia noble hermano?/ Cómo sacar la cara por los guardias/ Si se venden o se prestan para el juego?/ Cómo decir que hay un hombre honesto/ Si todos son hombres disfrazados?/ A quién recurrir entonces/ Si no hay nadie que inspire confianza?  

Por eso, su razonamiento es de condena, cuando nos dice: Soy mi mejor juez y mi verdugo.

 

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(*) Poeta, filósofo y crítico literario peruano, afincado por más de 40 años en Alemania.

ruano, afincado por más de 40 años en Alemania.

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